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fantasias para adultos

La vecina de al lado

La vecina de al lado

Tomaba el sol de la mañana ignorando que era observada por mí. La persiana lateral permitía ver su terraza y su hermoso cuerpo desnudo tumbado encima de una toalla. Cuando se incorporaba era todo un espectáculo contemplar aquel cuerpo. Alta, bien proporcionada, con un buen pecho, ni grande ni pequeño, terso con dos preciosos pezones siempre duros y salientes, piernas perfectas y un culo saliente, apetitoso. Vientre liso con un sexo arreglado pero con el suficiente vello que excitaba al verlo. Pelo negro, ojos del mismo color, facciones serenas y agradables. Se llamaba Alicia y vivía con su madre y una hermana adolescente, de unos 14 o 15 años. Alicia tendría unos 24 o 25 y trabajaba en casa, trabajo de ordenador, lo que le permitía un horario flexible. La madre salía temprano al trabajo y la hermana al colegio, por lo cual aprovechaba para tomar el sol desnuda antes de ponerse a trabajar. Los sábados le acompañaba su hermana, por lo tanto un servidor disponía de ración doble de vista, ya que la hermanita tenía un cuerpo que prometía, bonita y tierna, pero muy completa.
Una de mis muchas mañanas libres decidí tomar la iniciativa. Madrugué y, anticipándome a la vecina, subí la persiana lateral, coloqué una toalla y me tumbé en la terraza a tomar una ración de sol matutino. Boca abajo y con la puerta de la terraza abierta, podía ver en el cristal el reflejo de la otra terraza. Eso significaba que si ella se asomaba podría divisarla perfectamente.
A los pocos minutos Alicia hizo su aparición, desnuda y con la toalla en la mano se sorprendió al ver mi persiana subida. Se arrimó al borde lateral y me observó largo rato en silencio. Por el cristal pude ver el reflejo de su torso, sus pechos. Hice ademán de volverme y entonces me saludó con un “Buenos días.... ¿hace calor, verdad?”. Sin dar importancia a la situación contesté a su saludo. Seguía observándome, recorriendo mi cuerpo con su mirada. Me incorporé acercándome al borde junto a ella. Charlamos un rato y terminó invitándome a desayunar: “¿Por qué no pasas y desayunamos juntos?, no hace falta que te vistas, así estamos más cómodos”. Daba la impresión de ser una chica bastante solitaria, con poca gente a su alrededor y ganas de comunicarse. Me sorprendía la necesidad de compañía de Alicia, no era lógico en una muchacha de su hermosura y belleza encontrarse tan sola. Nuestras viviendas estaban contiguas, por lo cual no era mucho problema asomarme al rellano de la escalera. Podía controlar si pasaba alguien de la vecindad. Salí a la entrada de mi piso y ella tenía su puerta entreabierta, podía ver su figura. Hubiera sido más fácil saltar por el lateral de la terraza... un simple muro servía de separación. Fui tras ella hasta la cocina, contemplando su figura al andar, su bonito trasero que comenzaba a excitarme. Puso el tostador y preparó café mientras hablaba sin parar, bastante nerviosa y excitada. Observó mi pene. Estaba muy excitado con una fuerte erección. Tomando un spray de nata en una mano y el tarro de mermelada en la otra, mientras sus ojos no dejaban de mirar mi polla, dijo: “No sé si probarla con nata o con mermelada”, “eso lo dejo al gusto de la consumidora”, contesté. Se arrodilló y un chorro de nata cubrió parte del miembro. Chupó y lamió hasta dejarlo limpio de nata. Después con sus dedos cubrió el falo de mermelada, volviendo a chupar y lamer sin parar mientras gemía. Aquello provocó una fuerte eyaculación, cubriendo su boca y labios de mermelada mezclada con esperma. Seguía chupando sin saciarse. Hice que se incorporara y empujando su cabeza la tumbé sobre la mesa, dejando al descubierto su precioso trasero. Separó sus piernas y tuve a mi alcance su culo y su vagina abierta y húmeda. Mi polla entró suave en la vagina y la follé hasta que comenzó a gritar de placer. No conseguía correrme y no cesé de follarla. Al alcanzar mi orgasmo ella se corrió de nuevo. Necesitaba más, me dijo, no estaba saciada y necesitaba más. Hacía mucho tiempo que no tenía sexo con nadie. Tuvo pareja desde los 18 a los 21, pero aquello terminó mal y no quería relaciones formales con nadie, estaba desengañada. Me confesé que, con bastante frecuencia, me observaba mientras paseaba desnudo por mi piso, incluso de noche, en verano, mirando por la persiana de mi terraza. Eso le excitaba y podía masturbarse sin problemas. “Me ocurre lo mismo contigo”, contesté, “incluso os veo los fines de semana”, “¿A mi hermana.... has visto a mi hermana también?”, respondí que si. “Menos mal que ella no sabe nada... y ¿qué te parece ella?”, “Es bonita y será una chica preciosa”, contesté.
Nos metimos en la ducha enjabonándonos mutuamente. Era agradable ese repaso de anatomía en directo, observando cada detalle de nuestros cuerpos, acariciando, deteniéndose en las zonas más sensibles, manteniendo el deseo en una excitación constante.
Una vez en la terraza Alicia colocó más toallas. Nuestros cuerpos abrazados, enredados de besos y caricias rodaron en una y mil posturas diferentes, consiguiendo una serie de orgasmos en Alicia con mis labios, mis manos, mis dedos, mi falo recorriendo toda la geografía de su cuerpo. Estaba extenuada, llena de semen y saliva, cubierta de besos y caricias.... estaba satisfecha.
La mañana había pasado sin darnos cuenta. Salté el muro de la terraza y la dejé dormida, profundamente dormida y saciada, soñando con los ángeles del sexo. Alicia se sintió feliz en su soledad, sabiendo que ahora no estaba tan sola. Ya tenía con quien desayunar.

EL PROBADOR

EL PROBADOR

Entré en la tienda, un local grande con ropa de ambos sexos. Había localizado unos pantalones de verano que me gustaban y quise probármelos. La dependienta, una chica muy joven me mostró unos cuantos de mi talla y una camisa de tejido fresco, indicándome el camino de los probadores. Al final del pasillo estaba uno libre, bueno estaban la mayoría, pero no llevaba ropa interior y preferí el último. La muchacha se quedó en el pasillo, enfrente del probador. Me desnudé. La cortinilla del probador estaba semi abierta y por el espejo pude ver a la joven observando sin ningún pudor mi desnudez. Aquella situación provocó una excitación en mi sexo y el miembro comenzó a adquirir tamaño. Me di la vuelta, poniéndome de frente a la cortinilla. La dependiente miró mi polla tiesa, a punto de caramelo. Metió una de sus manos por su minifalda y comenzó a acariciarse el clítoris. En su rostro se notaba la excitación. Yo, impasible continué delante de ella. Le indiqué que se acercara. Llevé su mano a mi polla, la agarró y frotó suavemente mientras el chorro de semen saltaba sobre su blusa. Se arrodilló y metió la polla en su boca. Me corrí de nuevo. Después, incorporándose salió del pasillo de probadores a toda prisa. En el probador de enfrente una mujer de unos 50 años nos estuvo observando por la abertura de la cortina. Mirándome sin parar mientras trataba de limpiar el resto de semen son un clinex. Mi polla seguía dura, sonreí y me masturbé delante de ella. La mujer cruzó sus muslos, estaba excitada. Terminé corriéndome de nuevo. Me vestí deprisa y fui a su probador: “Deseo follar con vd.”, ella sorprendida me indicó que le esperase a la salida de a tienda. En la caja me atendió la dependienta del probador. Pagué la compra de los pantalones con la visa. Mientras ella pasaba la tarjeta anoté en un pequeño papel mi dirección y teléfono. La dependienta metió el trozo de papel en el bolsillo de su falda. Salí de la tienda. Todo había sucedido muy deprisa, furtivamente.
En la entrada esperé a la mujer del probador. Salió a los pocos minutos. Caminamos por la acera sin cruzar palabra. Llegamos al portal de mi apartamento, abrí la puerta y le invité a pasar. Me miró ante la duda de usar el ascensor o la escalera de subida. Con la mano le indiqué la escalera. Detrás de ella pude observar su hermoso trasero. Metí la mano por la abertura de su falda y toqué sus muslos, ella se volvió sonriendo y parándose en el rellano permitió que mi mano alcanzase su sexo. Estaba húmedo. Llegamos al piso, entramos en el apartamento y comencé a desnudarla. Ella se mostraba pasiva.
Nos metimos en la ducha. Su cuerpo era el de una mujer rellenita pero de bonitas formas, no muy alta y con pechos de tamaño medio. Su sexo muy poblado de fácil excitación. Su culo invitaba a tomarla por detrás, sus piernas estaban bien moldeadas. Era una mujer perfecta para disfrutar del sexo, insatisfecha según me contó después, harta de matrimonio y de hijos.
Una vez en la cama levanté sus piernas sobre mis hombros, dejando al descubierto una jugosa vagina que invitaba a la penetración. Entré a fondo y follé durante largo rato. Ella dejaba hacer, moviendo rítmicamente su pelvis, corriéndose una y otra vez, saciando su insatisfecho deseo. Era una mujer multiorgásmica. Se agarraba los pechos, mordía sus labios y gemía sin parar. Mis tres orgasmos anteriores retrasaron este último. Me corrí en uno de sus orgasmos y seguí follándola hasta que la polla comenzó a ponerse algo fláccida.
Ella miró el pene y lo limpió. Después se lo metió en la boca, intentando ponerlo duro otra vez. Era agradable su forma de hacer, pero yo no estaba para más polvos. Charlamos un buen rato, de todo un poco. Vivía cerca, en el mismo barrio. Anotamos nuestros teléfonos y quedamos en llamarnos para el fin de semana. Ella lo solía pasar sola. Su marido por el puto fútbol y sus hijos por las acampadas con los amigos. El día no había terminado y las sorpresas seguían........
A las nueve de la tarde sonó el teléfono. Era la dependienta de la tienda de ropa, quería saber si podía venir a mi apartamento. Me comentó que estaba muy excitada y no podía masturbarse en la tienda, tampoco deseaba esperar a llegar a su casa, algo lejos, por lo cual decidimos vernos en la mía. En menos de diez minutos llamó al portal. No estaba vestido, me sentía cómodo y así la recibí ante su cara de sorpresa. Estaba nerviosa, muy excitada. Se notaba en su expresión y en sus ojos verdes. Me contó que necesitaba follar, que hacía mucho tiempo que no sentía una polla dentro y lo necesitaba, que no tenía con quien hacerlo, que su novio la engañaba con una amiga y lo habían dejado, que....... rompió a llorar. Era de aspecto frágil, de pequeña estatura, parecía una adolescente y no tendría más de 18 o 19 años. Delgada pero con bonita figura a pesar de su estatura. La abracé tratando de tranquilizarla. La besé en la boca, con ternura, despacio. Comencé a desnudarla. Sus pechos, pequeños y respingones tenían forma de pera, con sus pezones excitados apuntando como dos pitones. Su piel hipersensible al tacto de mis manos. Su vientre liso, su pelvis perfecta, con un frondoso sexo, cosa que me extrañó a su edad, cuando la mayoría de las jóvenes se depilan dejando un pequeño rastro de vello. Su bonito trasero, proporcionado con su estatura y cuerpo, sus piernas.......
Se tumbó sobre la mesa del salón. Separé sus piernas y pude ver un clítoris sonrosado y tieso, una vagina con la abertura pequeña, estrecha para mí, dudaba de poder penetrarla. Ante mi extrañeza me comentó que había sido follada sólo dos veces. Busqué un preservativo y colocándomelo en mi pene semierecto intenté penetrar su vagina, sólo por curiosidad, realmente no sentía deseos de follarla en esos momentos. No pude, la vagina tenía una abertura demasiado estrecha y me producía dolor. “¡Fóllame, por favor.... fóllame!!!”. Introduje uno de mis dedos despacio, masajeando su punto “g”. Eso la excito totalmente y aproveché para acariciar su cuerpo, sus pechos pequeños, chupar sus pezones. Ella se retorcía y casi gritaba. Sus orgasmos eran muy escandalosos. Conseguí que se corriera cuatro veces, una tras otra. Aquello causó la excitación total de mi pene. Bajó de la mesa y de rodillas metió la polla en su boca, agarrándome el culo con sus dos manos. Así me la follé, notando como entraba el miembro por completo, saliendo y entrando. Ella no sentía ningún reparo y gemía. El chorro de semen no podía ser muy grande después de todas las corridas de la tarde, pero sentí como salía dentro de su boca..... un orgasmo lento y algo doloroso por la sensibilidad del pene. Fuimos al baño y nos duchamos. Su cuerpo era casi el de una niña, pero me demostró que había cumplido los 18 seis meses antes. Eso me tranquilizó. También me comentó que una de sus compañeras tuvo una aventura similar a la nuestra en los probadores de la tienda y quería conocerme. Quedamos en vernos durante la semana. Se vistió apresuradamente y salió del apartamento.
La tarde había sido productiva en exceso y estaba rendido, sorprendido por la experiencia y con deseos de repetirla.

La masajista y mi ansiedad - IV

La masajista y mi ansiedad - IV

Aquella tarde de calor María no estaba en casa. Su madre me recibió con la noticia de la salida urgente de María a un hospital. Su sobrina fue ingresada para una operación de apendicitis, por lo tanto se retrasaría una hora más o menos. “No me importa esperar, tengo toda la tarde libre”, dije. Estaba sudoroso por el calor de la tarde. “¿Le importa que me duche mientras regresa María?”, pregunté. Lucía, así se llamaba la madre, asintió y me acompañó al salón de María. Charlamos un momento sobre el acierto de María al decidirse montar la consulta en casa. Pasé al baño y comencé a desnudarme. Ella seguía hablando en el salón, colocando toallas y otros utensilios de trabajo. Cuando terminó miró hacia mí. Estaba desnudo, listo para entrar en la ducha, pero decidí regresar al salón a por una toalla. La situación me agradaba por lo insólita e imprevista. Ella no sabía que hacer, desconcertada pero sin decidirse a salir de la estancia.

Mientras me duchaba Lucía no dejó de observar apoyada en la puerta del baño. Podía ver su figura a través de la mampara de la ducha. La situación era chocante, algo que jamás se me ocurriría pudiera suceder. Si en esos momentos hubiera llegado María su sorpresa y desconcierto no podía imaginarla. Para ella todo su afán era ocultar a su madre nuestra extraña relación, mostrarla como una creciente amistad entre masajista y cliente.
Salí de la ducha. Lucía me acercó una toalla. Sus ojos recorrían mi cuerpo con una expresión de complacencia y deseo, pero sin dejar de mirar su reloj de pulsera inquieta por la hora. Su hija debería de llegar en media hora más o menos. Mientras arreglaba mi cabello ante el espejo lucía secó mi espalda. Sus manos acariciaron mis hombros..... siguió bajando por la espalda hasta los glúteos y las piernas. Me di la vuelta y mi sexo quedó frente a su cara. Desconcertada se arrodilló. “¿Quieres comértela?”, pregunté. Lucía miraba mi sexo sin decidirse. Acerqué su cabeza y sus labios rozaron el pene. Entreabrió su boca y el miembro entró ante su desconcierto. Percibía que nunca antes había hecho algo así, se dejaba llevar. Ante la creciente erección de la polla dentro de su boca, los ojos de Lucía reflejaban sorpresa. Carecía de experiencia en el arte de la felación. No quería correrme, deseaba reservarme para María. Saqué mi polla y Lucía miró mi erección. No hablaba, su sorpresa por la situación era manifiesta. Empecé a comprender su forma de actuar, la de una mujer cuya soledad se vio sorprendida por el trabajo de su hija. Demasiados años viuda para una mujer atractiva y necesitada de afecto, caricias y deseo. Nuestras conversaciones eran agradables y se expresaba de forma culta. Imaginé lo que me contó algún tiempo después, el suyo fue un matrimonio convencional, de apariencias, donde el amor brillaba por su ausencia.
Salió del baño. Cubriéndome con la toalla fui tras ella. En su dormitorio observé como se desnudaba deprisa. Tenía un cuerpo precioso para su edad, apetecible y ardiendo en deseo. Pasó al baño contiguo, abrió la ducha y el agua comenzó a caer sobre su cuerpo. Lucía se masturbó delante de mí. Sentí deseos de follarla allí mismo, pero decidí salir. María estaba al llegar. Regresé a las habitaciones de María y lavé mi sexo. Tumbado en la camilla, pensando en la situación provocada por la madre, esperé el regreso de María.
Sentí llamar a la puerta. Era María. Habló con su madre durante un par de minutos y después entré en la sala de masaje. Estaba agobiada por la tardanza y se disculpaba insistentemente. Su sobrina estaba mejor y dentro de pocos días regresaría a su casa. No le sorprendió verme tumbado en la camilla. Comenzó a desnudarse y se duchó. Después acercándose al borde de la camilla nos besamos largamente. Acarició mi cuerpo masajeando el tórax y el abdomen, pasando totalmente de la espalda. Yo me mostraba pasivo. Pensaba en Lucía.
María estaba muy excitada y deseaba follar. Subió a la camilla y montó sobre mi sexo. Cabalgó pausadamente, despacio, acelerando el ritmo de vez en cuando. Mis manos agarraron sus pechos y ella jadeaba. Mi erección se mantenía y María quería saciarse. Llegó su primer orgasmo, fuerte y largo. No cesó de moverse hasta conseguir el segundo. Quise cambiar de postura, embestirla por detrás y correrme a placer. Bajamos de la camilla y María se inclinó sobre la alfombra poniendo su hermoso culo en alto, con una vagina abierta y totalmente lubricada. Penetré su sexo y con ritmo acelerado llegué al orgasmo. María saco mi pene y lo restregó por su clítoris....... gemía....consiguió su tercer orgasmo. Cayó rendida al suelo. Me miró sonriendo. Estaba satisfecha, llena........ y con una imagen preciosa de mujer entregada al disfrute, dispuesta a seguir si ese era mi deseo, dijo. Nos duchamos juntos. María no fue consciente de que la puerta de la sala se abrió. Lucía estaba observándonos en la ducha. A los pocos segundos desapareció cerrando la puerta sigilosamente. Lucía sospechaba lo nuestro, estaba seguro.
Nos despedimos aquel día sin quedar citados. Llamaría la próxima semana. Marché sin despedirme de Lucía. Imaginé que estaba turbada por todo lo sucedido.

La masajista y mi ansiedad - III

La masajista y mi ansiedad - III

Pasaron dos semanas antes de mi siguiente llamada. María no estaba en casa, dejé mi número de teléfono a su madre. Las dudas me asaltaban constantemente, no me decidía a dar el paso de ir a su casa estando su madre, temía que la relación de complicidad no funcionara de la misma manera, que la presencia de la madre fuera un obstáculo inoportuno. María necesitaba ese tipo de encuentros entre nosotros, aleatorios, imprevistos y deseados, pero sin ataduras ni compromisos permanentes. Estaba de acuerdo con ella, para mi significaron una rotura de mi vida rutinaria y anodina, de trabajo absorbente y agotador, un escape liberador de tensiones, un secretismo con mucho encanto. Algo que nadie, salvo nosotros, podía imaginar. La diferencia de edad era notoria, veintidós años nos separaban...... casi una generación.
Las noches se convirtieron en una tortura, dándome las dos y tres de la mañana sin dormir, pensando en ella, en cómo se sentiría, cómo llevaría el trabajo en su casa, con quién saldría......... qué tipo de clientes atendería en su domicilio. Por otra parte me tranquilizaba el saber que su madre estaba con ella. No me decidí a llamarla otra vez, preferí esperar........ ver su reacción ante mi llamada después de dos semanas sin contactar con ella.
Diez de la noche, sonó el teléfono. Era María, estaba contenta y alegre. Esperaba con ansias mi llamada, dijo. Su madre estaba con unas vecinas, por lo cual pudimos hablar distendidamente. Tranquilizó mis inquietudes sobre la presencia de su madre en casa. Ella le habló de un paciente con problemas articulares, que precisaba tratamiento largo y sesiones de mas de dos horas, por lo cual el problema de mi presencia mas de lo debido estaba solucionado. Hablamos de su estado de ánimo. Las dos semanas estuvo bastante ocupada, preparando la habitación-despacho para los masajes y tratamientos, recopilando datos de posibles clientes y organizando su biblioteca. Había atendido a quince pacientes y el incremento de trabajo prometía. Quedamos citados para el viernes, faltaban dos días.
Llegué puntual a la cita. La madre de María abrió la puerta. Era una mujer de mi edad. Atractiva y muy agradable, con simpatía, buena conversadora. Estuvimos charlando unos minutos. María estaba terminando de atender a una señora mayor con problemas de artrosis. Me encontraba cómodo en esa casa y la atmósfera de cordialidad de la madre, supuso la toma de confianza en aquella situación de complicidad entre María y yo.
Al entrar en la consulta pude comprobar el estilo de trabajo de María. Era ordenada y detallista. La habitación era grande y con un gran ventanal. En aquellos momentos la luz era suave, muy tenue, una música de relajación, diversos cuadros y murales pequeños con temas de masaje oriental, flores y paisajes de pintura china. Estanterías con libros, una mesa con ordenador, la camilla hidráulica de masaje en un lateral y un sofá (que más tarde pude comprobar se convertía en cama). En otro lateral de la sala estaban los aparatos propios de fisioterapia y un armarito muy coqueto donde guardaba las cremas y aceites de masaje, toallas y otros artículos.
María estaba en el centro de la habitación, preciosa, con una amplia sonrisa, vestía una bata blanca. Cerré la puerta y por señas me indicó que bloqueara el cerrojo. Desabrochó su bata y apareció una María completamente desnuda, de bonita figura. Se abalanzó hacia mi, nos besamos como dos colegiales en celo, mis manos intentaban abarcar su espalda, culo, cuello......casi rodamos por el suelo. Se arrodilló y comenzó a quitarme el pantalón. Apenas habíamos cruzado una palabra. Dejé caer la chaqueta sobre el sofá y comencé a quitarme la corbata y la camisa. Ella palpó mi sexo duro y agarró mis testículos.... miró el pene y acercó sus labios. Despacio pasó la lengua a lo largo del miembro. Yo no quería interrumpir aquello, permanecí quieto y muy excitado. María miró a mis ojos diciendo: “Quiero que te corras pronto, luego haremos más cosas....”. Jugando con mis testículos entre sus dedos metió la polla en su boca y chupó profundamente, combinando labios y lengua. Controlando mis testículos sabía el momento de mi orgasmo. Cuando el semen brotó ella utilizó la lengua para recibirlo. Después una de sus manos frotó la polla hasta que salió el resto de semen. Mis gemidos le excitaban. María me llevó al baño anexo a la sala. Nos limpiamos. Mirándonos me sonreía y me besaba. “¿Por qué tardaste tanto en llamar?”, preguntó. Le dije todo sobre mis dudas, la situación tan anormal de nuestros encuentros..... mis sentimientos contradictorios, la diferencia de edad y el saber que lo nuestro no ara amor, era otra cosa. No nos conocíamos en realidad. No quería que sufriera por mi culpa. “María, llegará un momento en que necesitaré verte más a menudo..... y eso no será posible, primero por mis temas de trabajo, mi familia....... y tu madre, claro, ¿cómo le explicas a tu madre esto?”. María trato de disipar todas mis dudas, para ella el problema no era tan grande, su madre entendería con el tiempo que lo nuestro caminaba hacia una buena amistad. Tumbado en la camilla escuchaba los argumentos de María, mientras ella manipulaba mi espalda. Se empleó a fondo en el masaje. Sus manos eran ágiles y seguras. El masaje de piernas fue lento y profundo, sin experimentar por mi parte excitación alguna. Me di la vuelta. Continuó el masaje de piernas. Yo contemplaba su cuerpo desnudo ante mí. Acaricié sus senos mientras masajeaba mi tórax y abdomen. Acaricié su espalda y glúteos. La excitación comenzaba de nuevo, sin prisas. María era una experta en conseguir la erección del pene en el momento adecuado. Ella se excitaba viéndole. Por un momento pensé que repetiría la felación. Para mi sorpresa María me invitó a dejar la camilla. Me puse en pié y ella, colocándose en el borde inferior y, regulando la altura de la camilla, reposó su torso. Sus piernas y culo quedaron frente a mi sexo. Con las manos separó sus glúteos apareciendo la vagina, abierta como el capullo de una flor, invitando a probar su néctar. Me arrodillé y exploré su sexo, era la primera vez que lo contemplaba. Acaricié los labios y la sonrosada vagina con suavidad. Estaba muy lubricada, se notaba la excitación de María. Su vagina joven, fresca e invitando a poseerla. Acaricié el clítoris, saliente y duro. María comenzó e gemir, “¡fóllame por favor, fóllame!”, susurró. Pregunté si tenía preservativos, “he comenzado a tomar la píldora este mes, no te preocupes”, dijo. Me incorporé. La erección se había completado. Acerqué mi polla y María lanzó un suspiro al sentir la penetración, suave y lenta. Las contracciones de la vagina me excitaban más. Follé a María lenta y profundamente, acariciando su precioso culo y su espalda. “Nunca me han follado así, con tanta suavidad... siento mucho y muy dentro...... me voy a correr....me.... me corro.... ¡ah, ah!”. El orgasmo de María fue largo. Yo seguí penetrando con el mismo ritmo, sabía que se correría otra vez. Ante la proximidad de mi eyaculación aumente el ritmo, María aumentó sus contracciones. Al sentir el semen en su interior gimió y suspiró fuertemente.... tuvimos el goce al unísono. Saqué el pene todavía duro. Ayudé a María a incorporarse. Me beso y fuimos al baño. Mientras se lavaba el sexo en el bidé miraba mi polla dura, con restos de semen y flujo vaginal. No sabía por qué, pero me excitaba su mirada. La erección no cesaba y me sorprendió. Nunca me consideré un semental, necesitaba tiempo para recuperarme después de un orgasmo.
Me invitó a sentarme en el bidé y comenzó a lavar y manipular mi polla. El tacto de sus dedos con el gel y su forma de manipular, acariciar, mantuvieron la erección. Me incorporé y comenzó a secar mi sexo. Su lengua lamió el glande.... su boca chupó y frotó el miembro que aún soltaba restos de semen. Apoyado en la pared del baño, casi sin fuerzas, notaba como María agarraba mis testículos y chupaba mi polla insistentemente. Con la otra mano María se masturbaba y gemía. La sensibilidad del pene hizo que el orgasmo fuera algo doloroso, como excesivo para mi ritmo de actividad sexual. Tres orgasmos en menos de una hora era demasiado para mí, no estaba acostumbrado. Después de la eyaculación, como adivinando la molestia por exceso de sensibilidad, María mantuvo el pene en su boca, acariciándolo suavemente con la lengua. Era una sensación agradable. El pene comenzó a ceder.... su flaccidez era cada vez mayor. María sonreía mientras continuaba en su boca. Al sacarlo escupió en el bidé el semen. “Al final parecía que tuviera el pene de un niño en la boca, ¡qué diferencias de tamaño adoptan vuestras pollas!”, dijo. Volvió a lavarme y salimos a la sala. Comenté con María el no estar a su altura en la capacidad sexual. Se rió y dijo que eso no era importante, “me haces sentir y mucho, además consigues que me corra más de una vez, quiero que te sientas bien a mi lado y disfrutes. La próxima vez lo haremos como tu desees”. Charlamos un buen rato. Se hacía tarde, Maria preparó la ducha, “dúchate antes de salir, estas pringoso de aceite”. Ella se puso la bata y salió de la sala. Sentí hablar a las dos mujeres mientras terminaba de ducharme. Salí a la sala para vestirme y comprobé que la puerta estaba abierta. La madre de María desde el pasillo me divisó desnudo. Me sentí algo confuso. Ella me sonrió y siguió su camino. Al despedirme no dije nada de lo ocurrido a María. Quedé pensativo. “Te llamaré o me llamarás, ¿no?”, dijo. Caminé hacia el coche pensando en todo lo sucedido.

La masajista y mi ansiedad - II

La masajista y mi ansiedad - II

La semana transcurrió lenta y con muchos problemas de trabajo. Con frecuencia acudía a mi mente el recuerdo de aquella mujer, su perfume y olor corporal, sus ojos y su manera de actuar en nuestro primer encuentro.
El martes llamé al teléfono facilitado por ella. Contestó una mujer con voz dulce. Pregunté por la muchacha, “No está en casa, soy su madre, ¿quiere dejar algún recado?”, “No”, respondí, “llamaré más tarde, gracias”, “muy bien, ella llegará sobre las tres de la tarde”.
Repetí la llamada a las cinco de la tarde. Esta vez contestó ella, reconocí su voz. Quedamos citados para las once de la mañana siguiente. Ella estaría pendiente de mi llegada y en complicidad con la recepcionista del local. Estuve nervioso toda la tarde, deseaba el encuentro, lo necesitaba...... no comprendía que estaba pasando, pero la personalidad de la joven me estaba enganchando sin apenas haber hablado. Dormí mal esa noche, soñé con una mujer que no alcanzaba, escurridiza y esquiva.
A las once menos unos minutos aparqué muy cerca del local. Caminé los pocos metros de distancia y al llegar a la puerta la recepcionista, al verme, sin apenas saludar descolgó un teléfono y llamo a la masajista. Después nos saludamos, tomo nota en la ficha de la hora y tipo de sesión. La masajista asomó indicándome que le siguiera. Entramos en otra cabina distinta, algo más grande y con mejor luz. Cerro la puerta bloqueando el cerrojo, nos miramos y sonreímos. Nos besamos. Fue un beso distinto al del primer día, un beso largo, profundo, lento. Ella notó mi temblor, parecía un colegial. Me abrazó y dijo: “Tranquilo, yo también estoy nerviosa, desnúdate y túmbate en la camilla”. Ella se quitó la camiseta. Comenzó a masajear mi espalda. Era muy relajante la sensación. El masaje de las piernas fue más directo que la primera vez. No se cortaba en absoluto en acercar las manos a los glúteos y testículos, separaba mis glúteos introduciendo su mano para agarrar mi escroto y el pene que asomaba ya duro. Deseaba darme la vuelta, en esa posición no podía tocarla..... “Paciencia, ten paciencia, luego me acariciaras” dijo presintiendo mis deseos.
Aquella mañana me dijo su nombre. María. Ella conocía muchos datos míos por la ficha abierta en recepción. María era soltera, veintiséis años, vivía con su madre, viuda, en un gran piso situado en el barrio de Salamanca, hija única tras la muerte de su hermano mayor en un accidente de aviación. Estudió fisioterapeuta y ejercía como masajista en aquel local. Le gustaba su trabajo pero deseaba ejercer también su profesión.
Una vez boca arriba María prosiguió con las piernas. Mi mano tanteaba su cuerpo. Ella, bajándose el pantalón, facilitó mi visión. Sus piernas eran bonitas y su sexo poblado de un vello rizado. La excitación se incrementaba por momentos y ella era consciente de que terminaríamos pronto.
María me comentaba durante la sesión su deseo de montar consulta de fisio y masaje en su casa. Contaba con la aprobación de su madre y pensaba disponer de una cierta clientela con problemas de articulaciones y musculares así como gente necesitada de diversos tipos de masaje corporal. Lo había comentado con la dirección de su trabajo actual y llegaron a un acuerdo. Incluso podían derivar a su domicilio el exceso de pacientes con algún tipo de dolencias. Estaba contenta y pensaba iniciar todo eso a primeros de mes. Quedaba una semana escasa. La noticia me hizo temer el final de nuestras sesiones de masaje. “Lo nuestro seguirá”, dijo, “pero en mi casa”.
La conversación durante el masaje causaba un descenso de nuestra atención en la excitación, con la consecuencia de que mi pene no completaba la erección que ella buscaba. Adoptó una postura mediante la cual introdujo mi miembro en su boca. Mi mano buscó su vagina y uno de mis dedos penetró. Sentí que su boca y su lengua me transportaban al séptimo cielo........ el semen salía y la sensación era alucinante, como de no terminar nunca, como de seguir y seguir....tenía ganas de gritar mientras ella experimentaba unas contracciones aceleradas...... cerró su vagina aprisionando mi dedo y gimió largamente con mi pene en su boca.
Nos limpiamos mutuamente. Me abrazó y comprobé que estaba llorando..... “necesito esto”, dijo, “lo necesito y pensé que no encontraría a nadie con tanta sensibilidad como tu, todavía no me has pedido follar”.
El tiempo había pasado deprisa. A la salida de la cabina quedé en llamarla. Posiblemente la próxima sesión fuera en un lugar distinto, más íntimo para ella. Quedé pensativo, me preocupaba que su madre fuera un obstáculo en nuestros esporádicos contactos. Pero la sorpresa fue agradable. Teníamos todo a nuestro favor. María diseñó el plan y...... el plan funcionó.

La vecina de enfrente

La vecina de enfrente

Por la noche llegaba a casa cansado. Eran muchas horas de trabajo, desde las 8 de la mañana hasta las 9 de la tarde/noche. Después de una hora de transporte larga .... nunca llegaba antes de las 10 pasadas.
A la misma hora llegaba ella. A veces coincidíamos en el metro. Nos mirábamos y saludándonos con un "hola", o un movimiento de cabeza si estábamos distantes en el andén o vagón del metro, cada uno a su bola. Nunca llegamos a mantener una conversación, pero nuestro conocimiento era íntimo, clandestino en la distancia, con el conocimiento corporal que da el voyerismo mutuo. Ella observaba mi balcón desde su ventanal a ciertas horas, cuando intuía que podía verme, al acostarme o levantarme. Subía a la azotea del edificio para observar desde allí mis movimientos en el baño. La situación me excitaba, era agradable mostrar ante ella mi desnudez con total naturalidad, ducharme sin ocultar nada, mostrar mi erección matinal ante sus ojos o masturbarme frente a ella.
Por mi parte observe en múltiples ocasiones como al entrar en la casa pasaba al dormitorio y se desnudaba completamente. Ella era consciente de que le estaba mirando y se recreaba paseando por la habitación, acariciándose el cuerpo. Era una mujer de unos 45 años, de aspecto agradable, son unos pechos medianos y un pubis muy poblado. Su culo era grande, sus piernas largas y un poco gruesas. Lamenté no haber intimado verbalmente, hubiéramos terminado en la cama. Imaginaba el sexo con ella, tomarla por detrás teniendo ante mi su hermoso culo. Andaba desnuda por la casa. Cenaba en el saloncito, sentada en el sofá viendo la tele. A veces vi como se masturbaba mirando a mi balcón. Utilizaba sus dedos y era lenta. Cuando alcanzaba el orgasmo se retorcía de placer. Entonces comenzaba yo. Ella miraba atentamente mientras se acariciaba los pechos y cuando veía mi orgasmo se ponía tensa, separando las piernas, como invitando a entrar en su sexo.
Los sábados por la mañana aprovechábamos para limpiar cada uno su piso en condiciones. Ella con un picardías transparente se movía por la casa. Yo casi siempre desnudo realizaba las tareas pendientes de la semana. Al finalizar entraba al baño para afeitarme y ducharme. Ella aprovechaba el momento para subir a la azotea a tender su colada. Desde allí observaba todos mis movimientos. En ocasiones, ante su mirada, me acariciaba el pene hasta ponerlo erecto y me masturbaba en la ducha. Ella no perdía detalle. Bajaba al piso y quitándose la poca ropa se excitaba mirando hacia mi balcón. Esos días utilizaba un consolador para follarse frenéticamente.
Un día apareció en su piso acompañada de un chaval joven. Pensé que era alguien de su familia, un sobrino o algo así. El chaval no aparentaba más de 19 o 20 años. Ella observó que estaba en mi balcón, mirando. Por señas, y sin que el muchacho se diera cuenta, me indicó que apagase la luz. Entendí y así lo hice. Seguí observando con la luz apagada y ella lo sabía.
Sentado en el sofá el adolescente encendió el televisor. Ella entró en su dormitorio y se desnudó. Salió hacia el baño y el muchacho la miró sorprendido. Al regresar al saloncito apagó el televisor y le dijo algo. Él se levantó y ella le abrazó. Estaba aturdido el pobre chaval, no sabía que hacer con las manos, donde tocar. Comenzó a desnudarle y el se dejaba hacer. Tenía aspecto de niño, joven pero aniñado, con un pene tieso, duro como una piedra, mirando hacia arriba. De la mano le llevó al dormitorio. Agarró la polla del muchacho y se la metió en la boca. A los pocos segundos la sacó y escupió todo el semen en un clinex. El chaval se había corrido de inmediato. Posiblemente fuera la primera vez que experimentó una mamada, pero su polla seguía erecta. Le tumbó sobre la cama y se puso encima, introduciendo la polla del chaval en su vagina. Cabalgó con suavidad y pude ver el rostro del chico en cada orgasmo. Conté tres y otros tantos de ella.
Cuando se dio por satisfecha se tumbó de espaldas. El chaval acariciaba su cuerpo, su culo, sus piernas. Restregó su pene fláccido sobre el hermoso culo de la mujer. Pronto se puso duro y siguió restregando. Ella parecía como adormilada. El chaval se montó sobre sus muslos y se hizo una paja sobre el culo. El chorro de semen saltó a la espalda de la mujer. Lo sintió y un ligero estremecimiento le hizo incorporarse. Dándose la vuelta invitó al joven a follar. El chico no tenía experiencia y el pene se salía ante sus envites. Ella le agarro entre sus muslos y llevó la voz cantante, dando la impresión de que el chaval era un simple muñeco al que se estaba follando. Cuando se corrieron le hizo incorporarse y llevo la cabeza del muchacho hasta su poblado coño. El chaval comenzó a comérselo y ella a retorcerse de gusto.
No salía de mi asombro, esa mujer quería jovencitos para follar, chavales que pueden correrse una y otra vez a su edad. Mi estado era de excitación total.
Después de un pequeño descanso el chaval miró el reloj de la mesilla. Se levantó rápido y fue al baño. Se duchó y salió para vestirse, ella comenzó a besarle. El chaval insinuaba que era tarde mirando al reloj, pero la excitación era visible de nuevo. Ella se sentó en el suelo y, agarrando la polla del chico, comenzó a masturbarle, mientras con la otra mano le acariciaba los testículos. El chaval se corrió salpicándole la cara con el semen. Limpió el pene del muchacho. Éste se vistió y despidiéndose con un beso marchó de la casa. El llegar al portal comenzó a correr hacia la entrada del metro. La mujer se duchó. Al finalizar me hizo señas. Encendí la luz y observó mi estado de excitación. Comencé a masturbarme y ella hizo lo mismo.
El tema de los chicos jóvenes se repitió varias veces más, siempre eran los mismos, tres chavales de edades comprendidas entre los 19 a 20 años.
Cuando marché de la ciudad, al finalizar la mudanza, encontré una nota en mi buzón:
"Lástima que te ausentes del piso. Soy bisexual y tengo tres chicas, tres monadas que te gustaría compartir conmigo. Tú te lo pierdes. Por cierto, ¿sabes una cosa?, me gusta tu polla y como te masturbas. Perderé la ocasión de verte follar con una de mis chicas y de ver como te masturban".
La de ocasiones que uno ha podido desperdiciar. Ya no quedan vecinas así, tan desprendidas, ¿verdad?

La masajista y mi ansiedad - I

La masajista y mi ansiedad - I

La masajista y mi ansiedad - I

Acudí a la cita acordada por teléfono. Era un centro de terapia de masajes y fisioterapia, con instalaciones adecuadas para tratamientos de rehabilitación, sauna, quiromasaje y otras técnicas de relajación oriental, tan de moda por esos años en la gran ciudad. Vamos.... que era un sitio serio y recomendado por la guías al uso.
Por aquellas fechas andaba yo con un estado nervioso al borde de una crisis de ansiedad, lo cual producía un incremento en mis ansias asesinas y la víctima propiciatoria era uno de mis jefes, un auténtico cabronazo con pintas.
La recepcionista tomó nota de mis datos, haciendo la correspondiente ficha para freírte a publicidad mediante correos. Todo estaba perfecto. A los dos minutos apareció una joven con camiseta y pantalón blancos, el uniforme de los masajistas en los balnearios. Me invitó a acompañarla hasta la cabina de masaje. Una vez dentro dijo "Desnúdese y túmbese en la camilla". Dejé la ropa en un perchero y desnudo me tumbé boca abajo. Hizo intento de ponerme una toalla encima, "No, por favor, tengo calor", "Bueno, lo normal es que el cliente quiera estar tapado, más que nada por pudor", "No se preocupe, yo no tengo ese falso pudor, a fin de cuentas estoy desnudo y Vd. me está viendo". La joven sonrió y asintió con la cabeza. Aparentaba unos 25 años, de mi estatura más o menos y con bonita figura. Se puso crema para masaje en las manos y empezó a calentar la zona de la espalda, hombros y glúteos. Era rápida y conocía su oficio. Después comenzó con la típica isquemia para llevar la sangre hacia arriba, al corazón. Me gustaba su tacto, su forma de masajear los músculos. Toda era perfecto hasta que le tocó el turno a las piernas. Cuando pasaba sus manos por el interior de los muslos siempre rozaba mis testículos. Los tenía que ver al estar con las piernas separadas y calculaba justo hasta el escroto, rozando con suavidad y deteniéndose. Mi pene acusó ese roce y note como incrementaba su tamaño. Ella lo vio salir por debajo del escroto. En la isquemia final de las piernas lo rozó y el pene lo acusó más. Parecía no tener ganas de terminar de masajear mis muslos y mis glúteos. Se recreaba en ellos. Al finalizar, pasados dos minutos me dijo "Póngase boca arriba, ahora toca por delante".
Al darme la vuelta nos miramos. Su boca dibujaba una sonrisa. Posó su mirada sobre mi sexo. Éste mostraba una cierta erección. Tenía un rostro bastante agraciado pero de expresión un poco dura y ojos tristes. A pesar de su juventud causaba la sensación de una persona con experiencias fuertemente vividas, experiencias no muy agradables.
Comenzó a masajear los pies, las piernas y muslos. Levantaba mi pierna derecha doblándola y apoyando mi rodilla sobre su torso, para así poder masajear la zona interior del muslo. Siguió con sus roces en los testículos. Con el movimiento de sus manos y dedos mi sexo bailaba de un lado a otro y la excitación se hacía visible. Pasó a la otra pierna y el juego fue el mismo. Observé su rostro, estaba sudorosa y excitada de ver mi erección. Pensé que eyacularía en cualquier momento, tal era mi excitación y el estado de mi pene que me dolía, notaba esa erección extrema que se hace insoportable. Sentí deseos de tocarla. Como adivinando mis pensamientos me pidió permiso para quitarse la camiseta, tenía demasiado calor, dijo. “Por supuesto que si, no me importa en absoluto”, respondí. Fue hacia la puerta de la cabina y bloqueo el cerrojo. Rápidamente se quitó la prenda de arriba mostrando un bonito torso y unos pechos de tamaño medio, tersos y firmes, con unos pezones salientes debido a su excitación. Continuó masajeando mi muslo izquierdo. Acerqué mi mano a su trasero: “¿Puedo tocarte?, “Si”, respondió. Cambió de postura acercando más su cuerpo a mi mano. Tenía un culo de formas bonitas, duro y apetecible, metí la mano por la cintura del pantalón y lo baje hasta poder ver parte de sus glúteos. Seguí tocando, acariciando suavemente y deslizando mi mano hacia su pubis. Rocé su vello púbico y eso le excito mucho, poniendo un gesto de placer y gimiendo.
Ella continuaba con la zona del muslo, rozando mi escroto insistentemente, hasta que una de sus manos agarro mis testículos y los acarició de forma muy suave. Con la otra mano masajeó mi pecho y el abdomen parándose en el vello de mi sexo y rozando el pene. Estábamos creando un clima muy especial, de mucha complicidad y deseo. Ignoraba como terminaría la sesión de masaje, pero mi estado semejaba a una especie de éxtasis, un carrusel de sentimientos entremezclados y algo muy especial hacia la joven que me impedía poseerla, como no queriendo romper el hechizo del momento. No dejé de mirar su rostro, apreciando el mínimo cambio, la mínima expresión de sus ojos. Ella pasaba su mirada de mi sexo a mis ojos, como no queriendo perder detalle de mi posible eyaculación. Nos miramos y sonreímos. Mantuvo mi mirada unos minutos cambiando su expresión. Era como si nuestras mentes quisieran penetrarse, fundirse en un solo deseo y goce.
Dejó de masajear mi torso y acarició suavemente mi pene sin dejar de manipular los testículos. Al mirarme vio mi gesto de placer. Comenzó a frotar, era agradable, “Quiero correrme contigo” dijo, “Quiero ver salir el semen de tu polla, avísame”, “De acuerdo” contesté. Aprisionó parte de mi mano entre el borde de la camilla y su clítoris con un movimiento lento y excitante, observando mis ojos y mi polla. Su mirada era fuerte, intensa, no quería perder detalle del momento y disfrutaba de la situación. Mientras frotaba mi pene con suavidad pero con firmeza pensé en las posibilidades de coincidir de nuevo con la misma masajista.
Llegué al límite, ella lo observó, no podía aguantar más, intuía un orgasmo largo, intenso........ “¡ya!”, dije. Ella aceleró su movimiento púbico....... mi polla soltó el semen y ella gimió y gimió corriéndose varias veces mientras seguía frotando lentamente mi sexo. El orgasmo no terminaba, se hacía lento y placentero. Continuó frotando y acariciándolo, cada vez mas despacio, mientras la erección seguía, hasta que el pene se mostró fláccido. Limpió mi abdomen de semen y con otra toallita húmeda agarró mi polla y sacó los restos de semen, limpio el sexo y se quedó mirándome fijamente, con una sonrisa en los labios.
Mientras me vestía pregunté si era posible coincidir otra vez para una sesión de masaje. “Bueno, a mi también me gustaría, pero puede que ese día libre y no coincidamos, mejor te daré mi teléfono y quedamos seguro”. “De acuerdo”, contesté. Quedé en llamarla a principios de la siguiente semana, deseaba verla de nuevo. Salimos de la cabina despidiéndonos con un beso. La sesión resultó de gran terapia para mi ansiedad y confiaba en que siguieran más ..........