La masajista y mi ansiedad - II
La semana transcurrió lenta y con muchos problemas de trabajo. Con frecuencia acudía a mi mente el recuerdo de aquella mujer, su perfume y olor corporal, sus ojos y su manera de actuar en nuestro primer encuentro.
El martes llamé al teléfono facilitado por ella. Contestó una mujer con voz dulce. Pregunté por la muchacha, No está en casa, soy su madre, ¿quiere dejar algún recado?, No, respondí, llamaré más tarde, gracias, muy bien, ella llegará sobre las tres de la tarde.
Repetí la llamada a las cinco de la tarde. Esta vez contestó ella, reconocí su voz. Quedamos citados para las once de la mañana siguiente. Ella estaría pendiente de mi llegada y en complicidad con la recepcionista del local. Estuve nervioso toda la tarde, deseaba el encuentro, lo necesitaba...... no comprendía que estaba pasando, pero la personalidad de la joven me estaba enganchando sin apenas haber hablado. Dormí mal esa noche, soñé con una mujer que no alcanzaba, escurridiza y esquiva.
A las once menos unos minutos aparqué muy cerca del local. Caminé los pocos metros de distancia y al llegar a la puerta la recepcionista, al verme, sin apenas saludar descolgó un teléfono y llamo a la masajista. Después nos saludamos, tomo nota en la ficha de la hora y tipo de sesión. La masajista asomó indicándome que le siguiera. Entramos en otra cabina distinta, algo más grande y con mejor luz. Cerro la puerta bloqueando el cerrojo, nos miramos y sonreímos. Nos besamos. Fue un beso distinto al del primer día, un beso largo, profundo, lento. Ella notó mi temblor, parecía un colegial. Me abrazó y dijo: Tranquilo, yo también estoy nerviosa, desnúdate y túmbate en la camilla. Ella se quitó la camiseta. Comenzó a masajear mi espalda. Era muy relajante la sensación. El masaje de las piernas fue más directo que la primera vez. No se cortaba en absoluto en acercar las manos a los glúteos y testículos, separaba mis glúteos introduciendo su mano para agarrar mi escroto y el pene que asomaba ya duro. Deseaba darme la vuelta, en esa posición no podía tocarla..... Paciencia, ten paciencia, luego me acariciaras dijo presintiendo mis deseos.
Aquella mañana me dijo su nombre. María. Ella conocía muchos datos míos por la ficha abierta en recepción. María era soltera, veintiséis años, vivía con su madre, viuda, en un gran piso situado en el barrio de Salamanca, hija única tras la muerte de su hermano mayor en un accidente de aviación. Estudió fisioterapeuta y ejercía como masajista en aquel local. Le gustaba su trabajo pero deseaba ejercer también su profesión.
Una vez boca arriba María prosiguió con las piernas. Mi mano tanteaba su cuerpo. Ella, bajándose el pantalón, facilitó mi visión. Sus piernas eran bonitas y su sexo poblado de un vello rizado. La excitación se incrementaba por momentos y ella era consciente de que terminaríamos pronto.
María me comentaba durante la sesión su deseo de montar consulta de fisio y masaje en su casa. Contaba con la aprobación de su madre y pensaba disponer de una cierta clientela con problemas de articulaciones y musculares así como gente necesitada de diversos tipos de masaje corporal. Lo había comentado con la dirección de su trabajo actual y llegaron a un acuerdo. Incluso podían derivar a su domicilio el exceso de pacientes con algún tipo de dolencias. Estaba contenta y pensaba iniciar todo eso a primeros de mes. Quedaba una semana escasa. La noticia me hizo temer el final de nuestras sesiones de masaje. Lo nuestro seguirá, dijo, pero en mi casa.
La conversación durante el masaje causaba un descenso de nuestra atención en la excitación, con la consecuencia de que mi pene no completaba la erección que ella buscaba. Adoptó una postura mediante la cual introdujo mi miembro en su boca. Mi mano buscó su vagina y uno de mis dedos penetró. Sentí que su boca y su lengua me transportaban al séptimo cielo........ el semen salía y la sensación era alucinante, como de no terminar nunca, como de seguir y seguir....tenía ganas de gritar mientras ella experimentaba unas contracciones aceleradas...... cerró su vagina aprisionando mi dedo y gimió largamente con mi pene en su boca.
Nos limpiamos mutuamente. Me abrazó y comprobé que estaba llorando..... necesito esto, dijo, lo necesito y pensé que no encontraría a nadie con tanta sensibilidad como tu, todavía no me has pedido follar.
El tiempo había pasado deprisa. A la salida de la cabina quedé en llamarla. Posiblemente la próxima sesión fuera en un lugar distinto, más íntimo para ella. Quedé pensativo, me preocupaba que su madre fuera un obstáculo en nuestros esporádicos contactos. Pero la sorpresa fue agradable. Teníamos todo a nuestro favor. María diseñó el plan y...... el plan funcionó.
El martes llamé al teléfono facilitado por ella. Contestó una mujer con voz dulce. Pregunté por la muchacha, No está en casa, soy su madre, ¿quiere dejar algún recado?, No, respondí, llamaré más tarde, gracias, muy bien, ella llegará sobre las tres de la tarde.
Repetí la llamada a las cinco de la tarde. Esta vez contestó ella, reconocí su voz. Quedamos citados para las once de la mañana siguiente. Ella estaría pendiente de mi llegada y en complicidad con la recepcionista del local. Estuve nervioso toda la tarde, deseaba el encuentro, lo necesitaba...... no comprendía que estaba pasando, pero la personalidad de la joven me estaba enganchando sin apenas haber hablado. Dormí mal esa noche, soñé con una mujer que no alcanzaba, escurridiza y esquiva.
A las once menos unos minutos aparqué muy cerca del local. Caminé los pocos metros de distancia y al llegar a la puerta la recepcionista, al verme, sin apenas saludar descolgó un teléfono y llamo a la masajista. Después nos saludamos, tomo nota en la ficha de la hora y tipo de sesión. La masajista asomó indicándome que le siguiera. Entramos en otra cabina distinta, algo más grande y con mejor luz. Cerro la puerta bloqueando el cerrojo, nos miramos y sonreímos. Nos besamos. Fue un beso distinto al del primer día, un beso largo, profundo, lento. Ella notó mi temblor, parecía un colegial. Me abrazó y dijo: Tranquilo, yo también estoy nerviosa, desnúdate y túmbate en la camilla. Ella se quitó la camiseta. Comenzó a masajear mi espalda. Era muy relajante la sensación. El masaje de las piernas fue más directo que la primera vez. No se cortaba en absoluto en acercar las manos a los glúteos y testículos, separaba mis glúteos introduciendo su mano para agarrar mi escroto y el pene que asomaba ya duro. Deseaba darme la vuelta, en esa posición no podía tocarla..... Paciencia, ten paciencia, luego me acariciaras dijo presintiendo mis deseos.
Aquella mañana me dijo su nombre. María. Ella conocía muchos datos míos por la ficha abierta en recepción. María era soltera, veintiséis años, vivía con su madre, viuda, en un gran piso situado en el barrio de Salamanca, hija única tras la muerte de su hermano mayor en un accidente de aviación. Estudió fisioterapeuta y ejercía como masajista en aquel local. Le gustaba su trabajo pero deseaba ejercer también su profesión.
Una vez boca arriba María prosiguió con las piernas. Mi mano tanteaba su cuerpo. Ella, bajándose el pantalón, facilitó mi visión. Sus piernas eran bonitas y su sexo poblado de un vello rizado. La excitación se incrementaba por momentos y ella era consciente de que terminaríamos pronto.
María me comentaba durante la sesión su deseo de montar consulta de fisio y masaje en su casa. Contaba con la aprobación de su madre y pensaba disponer de una cierta clientela con problemas de articulaciones y musculares así como gente necesitada de diversos tipos de masaje corporal. Lo había comentado con la dirección de su trabajo actual y llegaron a un acuerdo. Incluso podían derivar a su domicilio el exceso de pacientes con algún tipo de dolencias. Estaba contenta y pensaba iniciar todo eso a primeros de mes. Quedaba una semana escasa. La noticia me hizo temer el final de nuestras sesiones de masaje. Lo nuestro seguirá, dijo, pero en mi casa.
La conversación durante el masaje causaba un descenso de nuestra atención en la excitación, con la consecuencia de que mi pene no completaba la erección que ella buscaba. Adoptó una postura mediante la cual introdujo mi miembro en su boca. Mi mano buscó su vagina y uno de mis dedos penetró. Sentí que su boca y su lengua me transportaban al séptimo cielo........ el semen salía y la sensación era alucinante, como de no terminar nunca, como de seguir y seguir....tenía ganas de gritar mientras ella experimentaba unas contracciones aceleradas...... cerró su vagina aprisionando mi dedo y gimió largamente con mi pene en su boca.
Nos limpiamos mutuamente. Me abrazó y comprobé que estaba llorando..... necesito esto, dijo, lo necesito y pensé que no encontraría a nadie con tanta sensibilidad como tu, todavía no me has pedido follar.
El tiempo había pasado deprisa. A la salida de la cabina quedé en llamarla. Posiblemente la próxima sesión fuera en un lugar distinto, más íntimo para ella. Quedé pensativo, me preocupaba que su madre fuera un obstáculo en nuestros esporádicos contactos. Pero la sorpresa fue agradable. Teníamos todo a nuestro favor. María diseñó el plan y...... el plan funcionó.
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