Las tetas de mamá
Entre mis primeros recuerdos de infancia se encuentran un par de tetas bien puestas y llenas de alimento: las tetas de mi mamá. Estrujadas, succionadas una y mil veces por un mamón hambriento como yo. Fueron las primeras que vi y toqué durante un largo periodo de lactancia, las que marcaron la referencia para posteriores comparaciones.
Las tetas tienen ese poder atávico de atracción, de alimento de vida, de mágica maternidad, que se pierde en la noche de los tiempos. El bebé no está dispuesto a compartir con nadie las tetas de su madre, considerándose el tutor y único iniciado con acceso a ellas. Pero el tiempo transcurre y el mamón deja de tener, poco a poco, derecho de mamada perpetua. El cambio de la teta por la cuchara es traumatizante, eso lo saben todos los bebés del mundo. No es fácil abandonar el toque de algo suave, acogedor y que, además, alimenta.
Pero mi vida está llena de tetas. Las de mis primas, aquellas tetas nacientes, primerizas, tantas veces vistas a la hora del baño. Las de Esperanza, la hermana de mi amigo Joaquín, vistas desde la penumbra de su dormitorio, excitantes en nuestra edad adolescente. Tetas de diferentes formas y tamaños que, en mi juventud y después, dieron y recibieron tanto placer.
Recuerdos de tetas enormes entre las cuales te perdías, hospitalarias con mi pene al que frotaban, acariciaban dulcemente, regándose de semen. Tetas juveniles, de buen tamaño, que buscaban las manos, la lengua y la boca, de pezones endurecidos rebosando deseo. Tetas con forma de pera, de mujeres con pechos adolescentes, sensibles a los besos. Tetas pequeñas y excitantes, casi de niña, buscando el placer de sentirse besadas y acariciadas. Tetas languidas, caídas, como sin fuerza, de mujer madura, reclamando atención, placer y buscando la polla que vomite en ellas el licor deseado.
Tetas impúdicas que se muestran agresivas, tetas sin atractivo que pasan sin pena ni gloria por las manos del amante. Tetas de las playas con sus múltiples variedades, en exposición, desfilando por los ojos del deseo, comparando, intuyendo su comportamiento en el sexo. Tetas en las camillas de masaje, agradecidas de la mirada y de la descarga de tensión. Tetas que no me canso de mirar, observar, apreciar, catalogar. Tetas.......
Pero ninguna como las tetas de la madre, esas que hacen escuela, las más queridas y apreciadas......nuestro primer placer.
Las tetas tienen ese poder atávico de atracción, de alimento de vida, de mágica maternidad, que se pierde en la noche de los tiempos. El bebé no está dispuesto a compartir con nadie las tetas de su madre, considerándose el tutor y único iniciado con acceso a ellas. Pero el tiempo transcurre y el mamón deja de tener, poco a poco, derecho de mamada perpetua. El cambio de la teta por la cuchara es traumatizante, eso lo saben todos los bebés del mundo. No es fácil abandonar el toque de algo suave, acogedor y que, además, alimenta.
Pero mi vida está llena de tetas. Las de mis primas, aquellas tetas nacientes, primerizas, tantas veces vistas a la hora del baño. Las de Esperanza, la hermana de mi amigo Joaquín, vistas desde la penumbra de su dormitorio, excitantes en nuestra edad adolescente. Tetas de diferentes formas y tamaños que, en mi juventud y después, dieron y recibieron tanto placer.
Recuerdos de tetas enormes entre las cuales te perdías, hospitalarias con mi pene al que frotaban, acariciaban dulcemente, regándose de semen. Tetas juveniles, de buen tamaño, que buscaban las manos, la lengua y la boca, de pezones endurecidos rebosando deseo. Tetas con forma de pera, de mujeres con pechos adolescentes, sensibles a los besos. Tetas pequeñas y excitantes, casi de niña, buscando el placer de sentirse besadas y acariciadas. Tetas languidas, caídas, como sin fuerza, de mujer madura, reclamando atención, placer y buscando la polla que vomite en ellas el licor deseado.
Tetas impúdicas que se muestran agresivas, tetas sin atractivo que pasan sin pena ni gloria por las manos del amante. Tetas de las playas con sus múltiples variedades, en exposición, desfilando por los ojos del deseo, comparando, intuyendo su comportamiento en el sexo. Tetas en las camillas de masaje, agradecidas de la mirada y de la descarga de tensión. Tetas que no me canso de mirar, observar, apreciar, catalogar. Tetas.......
Pero ninguna como las tetas de la madre, esas que hacen escuela, las más queridas y apreciadas......nuestro primer placer.
20 comentarios
caliente_buscando -
Al principio no me percataba con morbo de las tetas de mi mamá, pero conforme me entro la edad de la calentura también algunas veces cuando se cambiaba para ir a trabajar o saliendo de la ducha, me daba gusto mirandole las tetas a mi mama ya que eran grandes y bien formadas con unos pezones oscuros y ricos, incluso para dormir algunas veces usaba ropa semi transparente que hacían que cualquiera se diera un manjar
ariel -
anonimo 2 -
lokillo!!! -
Tengo 14 años :D
paul5163 -
Anónimo -
ROMÁN -
balta -
ahi, varios chicos y yo nos masturbavamos y se las chupe a varios n hoy casado me gustaria volver a hacerlo o quisiera me mostraran sus vergas por cam para recordar viejos tiempos
eugenio -
sami -
LUIS -
1-Mi abuela
2-Una tia y sus 3 hijas
3-Mis dos cunadas
y mas recientemente mi hermana.
pappysmp@hotmail.com
anonimo -
anonimo -
Anónimo -
ioiotas -
GRILLO -
a.. -
solo chikas kalientes dispuestas amostrarme sus tetas por web kam
Anónimo -
RedDragon -
Piel -
Mi hijo aún recuerda ese deleite...
Besos