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La masajista y mi ansiedad - IV

La masajista y mi ansiedad - IV Aquella tarde de calor María no estaba en casa. Su madre me recibió con la noticia de la salida urgente de María a un hospital. Su sobrina fue ingresada para una operación de apendicitis, por lo tanto se retrasaría una hora más o menos. “No me importa esperar, tengo toda la tarde libre”, dije. Estaba sudoroso por el calor de la tarde. “¿Le importa que me duche mientras regresa María?”, pregunté. Lucía, así se llamaba la madre, asintió y me acompañó al salón de María. Charlamos un momento sobre el acierto de María al decidirse montar la consulta en casa. Pasé al baño y comencé a desnudarme. Ella seguía hablando en el salón, colocando toallas y otros utensilios de trabajo. Cuando terminó miró hacia mí. Estaba desnudo, listo para entrar en la ducha, pero decidí regresar al salón a por una toalla. La situación me agradaba por lo insólita e imprevista. Ella no sabía que hacer, desconcertada pero sin decidirse a salir de la estancia.

Mientras me duchaba Lucía no dejó de observar apoyada en la puerta del baño. Podía ver su figura a través de la mampara de la ducha. La situación era chocante, algo que jamás se me ocurriría pudiera suceder. Si en esos momentos hubiera llegado María su sorpresa y desconcierto no podía imaginarla. Para ella todo su afán era ocultar a su madre nuestra extraña relación, mostrarla como una creciente amistad entre masajista y cliente.
Salí de la ducha. Lucía me acercó una toalla. Sus ojos recorrían mi cuerpo con una expresión de complacencia y deseo, pero sin dejar de mirar su reloj de pulsera inquieta por la hora. Su hija debería de llegar en media hora más o menos. Mientras arreglaba mi cabello ante el espejo lucía secó mi espalda. Sus manos acariciaron mis hombros..... siguió bajando por la espalda hasta los glúteos y las piernas. Me di la vuelta y mi sexo quedó frente a su cara. Desconcertada se arrodilló. “¿Quieres comértela?”, pregunté. Lucía miraba mi sexo sin decidirse. Acerqué su cabeza y sus labios rozaron el pene. Entreabrió su boca y el miembro entró ante su desconcierto. Percibía que nunca antes había hecho algo así, se dejaba llevar. Ante la creciente erección de la polla dentro de su boca, los ojos de Lucía reflejaban sorpresa. Carecía de experiencia en el arte de la felación. No quería correrme, deseaba reservarme para María. Saqué mi polla y Lucía miró mi erección. No hablaba, su sorpresa por la situación era manifiesta. Empecé a comprender su forma de actuar, la de una mujer cuya soledad se vio sorprendida por el trabajo de su hija. Demasiados años viuda para una mujer atractiva y necesitada de afecto, caricias y deseo. Nuestras conversaciones eran agradables y se expresaba de forma culta. Imaginé lo que me contó algún tiempo después, el suyo fue un matrimonio convencional, de apariencias, donde el amor brillaba por su ausencia.
Salió del baño. Cubriéndome con la toalla fui tras ella. En su dormitorio observé como se desnudaba deprisa. Tenía un cuerpo precioso para su edad, apetecible y ardiendo en deseo. Pasó al baño contiguo, abrió la ducha y el agua comenzó a caer sobre su cuerpo. Lucía se masturbó delante de mí. Sentí deseos de follarla allí mismo, pero decidí salir. María estaba al llegar. Regresé a las habitaciones de María y lavé mi sexo. Tumbado en la camilla, pensando en la situación provocada por la madre, esperé el regreso de María.
Sentí llamar a la puerta. Era María. Habló con su madre durante un par de minutos y después entré en la sala de masaje. Estaba agobiada por la tardanza y se disculpaba insistentemente. Su sobrina estaba mejor y dentro de pocos días regresaría a su casa. No le sorprendió verme tumbado en la camilla. Comenzó a desnudarse y se duchó. Después acercándose al borde de la camilla nos besamos largamente. Acarició mi cuerpo masajeando el tórax y el abdomen, pasando totalmente de la espalda. Yo me mostraba pasivo. Pensaba en Lucía.
María estaba muy excitada y deseaba follar. Subió a la camilla y montó sobre mi sexo. Cabalgó pausadamente, despacio, acelerando el ritmo de vez en cuando. Mis manos agarraron sus pechos y ella jadeaba. Mi erección se mantenía y María quería saciarse. Llegó su primer orgasmo, fuerte y largo. No cesó de moverse hasta conseguir el segundo. Quise cambiar de postura, embestirla por detrás y correrme a placer. Bajamos de la camilla y María se inclinó sobre la alfombra poniendo su hermoso culo en alto, con una vagina abierta y totalmente lubricada. Penetré su sexo y con ritmo acelerado llegué al orgasmo. María saco mi pene y lo restregó por su clítoris....... gemía....consiguió su tercer orgasmo. Cayó rendida al suelo. Me miró sonriendo. Estaba satisfecha, llena........ y con una imagen preciosa de mujer entregada al disfrute, dispuesta a seguir si ese era mi deseo, dijo. Nos duchamos juntos. María no fue consciente de que la puerta de la sala se abrió. Lucía estaba observándonos en la ducha. A los pocos segundos desapareció cerrando la puerta sigilosamente. Lucía sospechaba lo nuestro, estaba seguro.
Nos despedimos aquel día sin quedar citados. Llamaría la próxima semana. Marché sin despedirme de Lucía. Imaginé que estaba turbada por todo lo sucedido.

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