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fantasias para adultos

FANTASIAS ANIMADAS

Las tetas de mamá

Las tetas de mamá Entre mis primeros recuerdos de infancia se encuentran un par de tetas bien puestas y llenas de alimento: las tetas de mi mamá. Estrujadas, succionadas una y mil veces por un mamón hambriento como yo. Fueron las primeras que vi y toqué durante un largo periodo de lactancia, las que marcaron la referencia para posteriores comparaciones.
Las tetas tienen ese poder atávico de atracción, de alimento de vida, de mágica maternidad, que se pierde en la noche de los tiempos. El bebé no está dispuesto a compartir con nadie las tetas de su madre, considerándose el tutor y único iniciado con acceso a ellas. Pero el tiempo transcurre y el mamón deja de tener, poco a poco, derecho de mamada perpetua. El cambio de la teta por la cuchara es traumatizante, eso lo saben todos los bebés del mundo. No es fácil abandonar el toque de algo suave, acogedor y que, además, alimenta.
Pero mi vida está llena de tetas. Las de mis primas, aquellas tetas nacientes, primerizas, tantas veces vistas a la hora del baño. Las de Esperanza, la hermana de mi amigo Joaquín, vistas desde la penumbra de su dormitorio, excitantes en nuestra edad adolescente. Tetas de diferentes formas y tamaños que, en mi juventud y después, dieron y recibieron tanto placer.
Recuerdos de tetas enormes entre las cuales te perdías, hospitalarias con mi pene al que frotaban, acariciaban dulcemente, regándose de semen. Tetas juveniles, de buen tamaño, que buscaban las manos, la lengua y la boca, de pezones endurecidos rebosando deseo. Tetas con forma de pera, de mujeres con pechos adolescentes, sensibles a los besos. Tetas pequeñas y excitantes, casi de niña, buscando el placer de sentirse besadas y acariciadas. Tetas languidas, caídas, como sin fuerza, de mujer madura, reclamando atención, placer y buscando la polla que vomite en ellas el licor deseado.
Tetas impúdicas que se muestran agresivas, tetas sin atractivo que pasan sin pena ni gloria por las manos del amante. Tetas de las playas con sus múltiples variedades, en exposición, desfilando por los ojos del deseo, comparando, intuyendo su comportamiento en el sexo. Tetas en las camillas de masaje, agradecidas de la mirada y de la descarga de tensión. Tetas que no me canso de mirar, observar, apreciar, catalogar. Tetas.......

Pero ninguna como las tetas de la madre, esas que hacen escuela, las más queridas y apreciadas......nuestro primer placer.

Y Dios me hizo mujer

Y Dios me hizo mujer Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.

Gioconda Belly (Poetisa Nicaragüense)

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El encanto de Córdoba

El encanto de Córdoba Quedamos citados por internet. Al llegar a la ciudad llame a María por el móvil y nos encontramos en la cafetería situada frente al hotel. Ambos estábamos algo nerviosos, era nuestro primer encuentro, éramos dos desconocidos físicamente hablando. Sólo las fotos enviadas por la red nos permitían conocer algo de cada uno, pero su aspecto me agradó, su juventud era manifiesta, igual que su bonito rostro y su sonrisa. Rubia, ojos alegres que entristecían ante los problemas que le invadían a veces, pechos no muy grandes pero bonitos, un hermoso culo que marcaban sus pantalones vaqueros, de estatura media. Vestía muy juvenil y desenfadada. Nos besamos y comentó que le gustaba mi aspecto. Tomé un café, ella un refresco. Charlamos un rato sobre nuestros contactos en la red. Ella estaba decidida a que intimásemos durante ese fin de semana.
Entré en el hotel mientras María esperaba mi llamada en la cafetería. En recepción confirmé la reserva de habitación, me entregaron la llave, la 307. Subí y revisé que todo estuviera en orden. No había personal de servicio en los pasillos y la puerta pillaba cerca del ascensor. Era una estancia coqueta, con un buen baño y un gran ventanal que daba a la calle de la cafetería. Observé a María sentada en la mesa donde terminaba su refresco. Me desnudé, hacía calor y quería recibirla así. Mandé un mensaje por el móvil indicándole el número de habitación y la planta. María leyó el mensaje y salió de la cafetería. Cruzó la calle y entró en el hotel. A los pocos minutos sentí unos golpes ligeros en la puerta. Era María; su cara expresó sorpresa al encontrarme desnudo y rió mirándome: “¡¡Estás muy bien, pero que muy bien!!, no creí que un tío de tu edad estuviera tan bueno”. La diferencia de edad era grande, pero no fue obstáculo en nuestra amistad. Nos abrazamos en un largo y profundo beso mientras ella acariciaba mi espalda y mi culo. Comenzó a desnudarse y mostró sus bonitos pechos. Los metí en mi boca, chupando sus pezones con suavidad. Se retorcía de gusto y suspiraba profundamente. Desabroché sus pantalones y los bajé lentamente, descubriendo su vientre, su pelvis, sus piernas. Bajé el tanga y su vello me excitó. Lo besé. Se dio la vuelta y contemplé su culo, hermoso. Lo agarré y acaricié largamente, besando y mordiendo sus nalgas. Ella se mostraba divertidamente excitada. Me incorporé y entonces comenzó ella a revisar mi cuerpo. Era excitante ser acariciado, disfrutaba haciéndolo. Agarró mi pene y lo observo con curiosidad, después masajeó mis testículos, consiguiendo que la erección se acelerase. Besó mi polla y pasó su lengua por toda ella, lamiendo sin parar, metiendo los testículos en su boca. Era como una adoración, un culto al falo lo que realizaba la muchacha. Le fascinaban las pollas duras, dijo. Comenzó a masturbarme con su mano mientras su lengua lamía el capullo. Aquella reacción no la esperaba, pensé que no se mostraría tan decidida en nuestro primer encuentro, pero comprendí que María deseaba disfrutar a su manera, con total libertad, observando la reacción de un hombre maduro. Cuando estaba al borde del orgasmo metió la polla en su boca. Con sus movimientos imitaba que la estaba follando. Sacó el pene al sentir que el semen en su boca, el resto salpico su cuello.
Nos duchamos en un abrazo de mil posturas diferentes bajo el chorro de agua, en una excitación que nos envolvía en deseo mutuo, mordiéndonos los labios, hundiendo nuestras lenguas en las bocas, agarrando nuestros sexos, sintiendo los orgasmos de María ente al roce incesante de mis muslos en el clítoris, mordiendo sus excitados pezones, sus uñas sobre mi espalda y mis nalgas, oliendo su sexo mojado, lamiendo sus labios vaginales, mi polla entre sus manos, mis testículos y su lengua insaciable, nuestras miradas ardiendo en deseo como animales enloquecidos y en celo, el ruido del agua cayendo sobre nuestros cuerpos sentidos, el mundo inexistente a nuestro alrededor, el ardiente deseo de penetrarla, su voz susurrando “¡fóllame, fóllame...!!”, María tumbada en la amplia bañera, sus piernas abiertas, levantadas, llevando en sus manos mi polla hacia su vagina, el calor ardiente de su interior, sus gemidos y su movimiento, el sexo en puro éxtasis, el chorro de semen y su orgasmo al sentirlo, nuestros ojos penetrándose...... la unión consumada.
Recordamos nuestras conversaciones en el Messenger.... nuestros deseos compartidos, nuestras experiencias sexuales, nuestros desengaños, los abusos que ella sufrió por algunos indeseables y su pasión por sentirse deseada. Recostados en una de las camas charlamos un buen rato, ella quería más sexo y yo necesitaba recuperarme para poder saciarla. Mientras hablábamos María acariciaba mi cuerpo. Llegó un momento en que la erección comenzó a producirse de nuevo. Sabía como ponerme en condiciones y lo consiguió. Desde que la vi sentía deseos de tomarla por detrás, tener su hermoso culo a la vista. Se rió al oírme decirlo, la idea le gustó.
María miró el pene erecto satisfecha y adoptó la postura requerida para la penetración. Su fresca y juvenil vagina, su culo excitante, mi penetración suave, despacio, mis manos agarrando sus glúteos y nuestro acompasado movimiento, disfrutando al unísono mientras María gemía sin cesar, intentando alargar el momento para conseguir agotarla. Llegó su primer orgasmo con sus gemidos intensos y su grito final de hembra en celo. Mi polla mantuvo el ritmo intentando que llegara a un segundo orgasmo, agarrando sus pechos, acariciando su espalda, alcanzando su clítoris por debajo con mis dedos. El movimiento de su cuerpo, de su culo, me excitaba y pensé no poder aguantar más sin correrme, pero el éxtasis final lo conseguimos juntos, en un largo y profundo orgasmo, cayendo rendidos sobre el lecho. María me besó con pasión y lamió mi sexo fláccido ya y sensibilizado por tanto goce.
Así transcurrió nuestro primer fin de semana juntos, con la cuidad de Córdoba como telón de fondo, una ciudad de agradables recuerdos fortuitos y clandestinos de años pasados...... pero eso es otra historia.

La vecina de al lado

La vecina de al lado Tomaba el sol de la mañana ignorando que era observada por mí. La persiana lateral permitía ver su terraza y su hermoso cuerpo desnudo tumbado encima de una toalla. Cuando se incorporaba era todo un espectáculo contemplar aquel cuerpo. Alta, bien proporcionada, con un buen pecho, ni grande ni pequeño, terso con dos preciosos pezones siempre duros y salientes, piernas perfectas y un culo saliente, apetitoso. Vientre liso con un sexo arreglado pero con el suficiente vello que excitaba al verlo. Pelo negro, ojos del mismo color, facciones serenas y agradables. Se llamaba Alicia y vivía con su madre y una hermana adolescente, de unos 14 o 15 años. Alicia tendría unos 24 o 25 y trabajaba en casa, trabajo de ordenador, lo que le permitía un horario flexible. La madre salía temprano al trabajo y la hermana al colegio, por lo cual aprovechaba para tomar el sol desnuda antes de ponerse a trabajar. Los sábados le acompañaba su hermana, por lo tanto un servidor disponía de ración doble de vista, ya que la hermanita tenía un cuerpo que prometía, bonita y tierna, pero muy completa.
Una de mis muchas mañanas libres decidí tomar la iniciativa. Madrugué y, anticipándome a la vecina, subí la persiana lateral, coloqué una toalla y me tumbé en la terraza a tomar una ración de sol matutino. Boca abajo y con la puerta de la terraza abierta, podía ver en el cristal el reflejo de la otra terraza. Eso significaba que si ella se asomaba podría divisarla perfectamente.
A los pocos minutos Alicia hizo su aparición, desnuda y con la toalla en la mano se sorprendió al ver mi persiana subida. Se arrimó al borde lateral y me observó largo rato en silencio. Por el cristal pude ver el reflejo de su torso, sus pechos. Hice ademán de volverme y entonces me saludó con un “Buenos días.... ¿hace calor, verdad?”. Sin dar importancia a la situación contesté a su saludo. Seguía observándome, recorriendo mi cuerpo con su mirada. Me incorporé acercándome al borde junto a ella. Charlamos un rato y terminó invitándome a desayunar: “¿Por qué no pasas y desayunamos juntos?, no hace falta que te vistas, así estamos más cómodos”. Daba la impresión de ser una chica bastante solitaria, con poca gente a su alrededor y ganas de comunicarse. Me sorprendía la necesidad de compañía de Alicia, no era lógico en una muchacha de su hermosura y belleza encontrarse tan sola. Nuestras viviendas estaban contiguas, por lo cual no era mucho problema asomarme al rellano de la escalera. Podía controlar si pasaba alguien de la vecindad. Salí a la entrada de mi piso y ella tenía su puerta entreabierta, podía ver su figura. Hubiera sido más fácil saltar por el lateral de la terraza... un simple muro servía de separación. Fui tras ella hasta la cocina, contemplando su figura al andar, su bonito trasero que comenzaba a excitarme. Puso el tostador y preparó café mientras hablaba sin parar, bastante nerviosa y excitada. Observó mi pene. Estaba muy excitado con una fuerte erección. Tomando un spray de nata en una mano y el tarro de mermelada en la otra, mientras sus ojos no dejaban de mirar mi polla, dijo: “No sé si probarla con nata o con mermelada”, “eso lo dejo al gusto de la consumidora”, contesté. Se arrodilló y un chorro de nata cubrió parte del miembro. Chupó y lamió hasta dejarlo limpio de nata. Después con sus dedos cubrió el falo de mermelada, volviendo a chupar y lamer sin parar mientras gemía. Aquello provocó una fuerte eyaculación, cubriendo su boca y labios de mermelada mezclada con esperma. Seguía chupando sin saciarse. Hice que se incorporara y empujando su cabeza la tumbé sobre la mesa, dejando al descubierto su precioso trasero. Separó sus piernas y tuve a mi alcance su culo y su vagina abierta y húmeda. Mi polla entró suave en la vagina y la follé hasta que comenzó a gritar de placer. No conseguía correrme y no cesé de follarla. Al alcanzar mi orgasmo ella se corrió de nuevo. Necesitaba más, me dijo, no estaba saciada y necesitaba más. Hacía mucho tiempo que no tenía sexo con nadie. Tuvo pareja desde los 18 a los 21, pero aquello terminó mal y no quería relaciones formales con nadie, estaba desengañada. Me confesé que, con bastante frecuencia, me observaba mientras paseaba desnudo por mi piso, incluso de noche, en verano, mirando por la persiana de mi terraza. Eso le excitaba y podía masturbarse sin problemas. “Me ocurre lo mismo contigo”, contesté, “incluso os veo los fines de semana”, “¿A mi hermana.... has visto a mi hermana también?”, respondí que si. “Menos mal que ella no sabe nada... y ¿qué te parece ella?”, “Es bonita y será una chica preciosa”, contesté.
Nos metimos en la ducha enjabonándonos mutuamente. Era agradable ese repaso de anatomía en directo, observando cada detalle de nuestros cuerpos, acariciando, deteniéndose en las zonas más sensibles, manteniendo el deseo en una excitación constante.
Una vez en la terraza Alicia colocó más toallas. Nuestros cuerpos abrazados, enredados de besos y caricias rodaron en una y mil posturas diferentes, consiguiendo una serie de orgasmos en Alicia con mis labios, mis manos, mis dedos, mi falo recorriendo toda la geografía de su cuerpo. Estaba extenuada, llena de semen y saliva, cubierta de besos y caricias.... estaba satisfecha.
La mañana había pasado sin darnos cuenta. Salté el muro de la terraza y la dejé dormida, profundamente dormida y saciada, soñando con los ángeles del sexo. Alicia se sintió feliz en su soledad, sabiendo que ahora no estaba tan sola. Ya tenía con quien desayunar.

EL PROBADOR

EL PROBADOR Entré en la tienda, un local grande con ropa de ambos sexos. Había localizado unos pantalones de verano que me gustaban y quise probármelos. La dependienta, una chica muy joven me mostró unos cuantos de mi talla y una camisa de tejido fresco, indicándome el camino de los probadores. Al final del pasillo estaba uno libre, bueno estaban la mayoría, pero no llevaba ropa interior y preferí el último. La muchacha se quedó en el pasillo, enfrente del probador. Me desnudé. La cortinilla del probador estaba semi abierta y por el espejo pude ver a la joven observando sin ningún pudor mi desnudez. Aquella situación provocó una excitación en mi sexo y el miembro comenzó a adquirir tamaño. Me di la vuelta, poniéndome de frente a la cortinilla. La dependiente miró mi polla tiesa, a punto de caramelo. Metió una de sus manos por su minifalda y comenzó a acariciarse el clítoris. En su rostro se notaba la excitación. Yo, impasible continué delante de ella. Le indiqué que se acercara. Llevé su mano a mi polla, la agarró y frotó suavemente mientras el chorro de semen saltaba sobre su blusa. Se arrodilló y metió la polla en su boca. Me corrí de nuevo. Después, incorporándose salió del pasillo de probadores a toda prisa. En el probador de enfrente una mujer de unos 50 años nos estuvo observando por la abertura de la cortina. Mirándome sin parar mientras trataba de limpiar el resto de semen son un clinex. Mi polla seguía dura, sonreí y me masturbé delante de ella. La mujer cruzó sus muslos, estaba excitada. Terminé corriéndome de nuevo. Me vestí deprisa y fui a su probador: “Deseo follar con vd.”, ella sorprendida me indicó que le esperase a la salida de a tienda. En la caja me atendió la dependienta del probador. Pagué la compra de los pantalones con la visa. Mientras ella pasaba la tarjeta anoté en un pequeño papel mi dirección y teléfono. La dependienta metió el trozo de papel en el bolsillo de su falda. Salí de la tienda. Todo había sucedido muy deprisa, furtivamente.
En la entrada esperé a la mujer del probador. Salió a los pocos minutos. Caminamos por la acera sin cruzar palabra. Llegamos al portal de mi apartamento, abrí la puerta y le invité a pasar. Me miró ante la duda de usar el ascensor o la escalera de subida. Con la mano le indiqué la escalera. Detrás de ella pude observar su hermoso trasero. Metí la mano por la abertura de su falda y toqué sus muslos, ella se volvió sonriendo y parándose en el rellano permitió que mi mano alcanzase su sexo. Estaba húmedo. Llegamos al piso, entramos en el apartamento y comencé a desnudarla. Ella se mostraba pasiva.
Nos metimos en la ducha. Su cuerpo era el de una mujer rellenita pero de bonitas formas, no muy alta y con pechos de tamaño medio. Su sexo muy poblado de fácil excitación. Su culo invitaba a tomarla por detrás, sus piernas estaban bien moldeadas. Era una mujer perfecta para disfrutar del sexo, insatisfecha según me contó después, harta de matrimonio y de hijos.
Una vez en la cama levanté sus piernas sobre mis hombros, dejando al descubierto una jugosa vagina que invitaba a la penetración. Entré a fondo y follé durante largo rato. Ella dejaba hacer, moviendo rítmicamente su pelvis, corriéndose una y otra vez, saciando su insatisfecho deseo. Era una mujer multiorgásmica. Se agarraba los pechos, mordía sus labios y gemía sin parar. Mis tres orgasmos anteriores retrasaron este último. Me corrí en uno de sus orgasmos y seguí follándola hasta que la polla comenzó a ponerse algo fláccida.
Ella miró el pene y lo limpió. Después se lo metió en la boca, intentando ponerlo duro otra vez. Era agradable su forma de hacer, pero yo no estaba para más polvos. Charlamos un buen rato, de todo un poco. Vivía cerca, en el mismo barrio. Anotamos nuestros teléfonos y quedamos en llamarnos para el fin de semana. Ella lo solía pasar sola. Su marido por el puto fútbol y sus hijos por las acampadas con los amigos. El día no había terminado y las sorpresas seguían........
A las nueve de la tarde sonó el teléfono. Era la dependienta de la tienda de ropa, quería saber si podía venir a mi apartamento. Me comentó que estaba muy excitada y no podía masturbarse en la tienda, tampoco deseaba esperar a llegar a su casa, algo lejos, por lo cual decidimos vernos en la mía. En menos de diez minutos llamó al portal. No estaba vestido, me sentía cómodo y así la recibí ante su cara de sorpresa. Estaba nerviosa, muy excitada. Se notaba en su expresión y en sus ojos verdes. Me contó que necesitaba follar, que hacía mucho tiempo que no sentía una polla dentro y lo necesitaba, que no tenía con quien hacerlo, que su novio la engañaba con una amiga y lo habían dejado, que....... rompió a llorar. Era de aspecto frágil, de pequeña estatura, parecía una adolescente y no tendría más de 18 o 19 años. Delgada pero con bonita figura a pesar de su estatura. La abracé tratando de tranquilizarla. La besé en la boca, con ternura, despacio. Comencé a desnudarla. Sus pechos, pequeños y respingones tenían forma de pera, con sus pezones excitados apuntando como dos pitones. Su piel hipersensible al tacto de mis manos. Su vientre liso, su pelvis perfecta, con un frondoso sexo, cosa que me extrañó a su edad, cuando la mayoría de las jóvenes se depilan dejando un pequeño rastro de vello. Su bonito trasero, proporcionado con su estatura y cuerpo, sus piernas.......
Se tumbó sobre la mesa del salón. Separé sus piernas y pude ver un clítoris sonrosado y tieso, una vagina con la abertura pequeña, estrecha para mí, dudaba de poder penetrarla. Ante mi extrañeza me comentó que había sido follada sólo dos veces. Busqué un preservativo y colocándomelo en mi pene semierecto intenté penetrar su vagina, sólo por curiosidad, realmente no sentía deseos de follarla en esos momentos. No pude, la vagina tenía una abertura demasiado estrecha y me producía dolor. “¡Fóllame, por favor.... fóllame!!!”. Introduje uno de mis dedos despacio, masajeando su punto “g”. Eso la excito totalmente y aproveché para acariciar su cuerpo, sus pechos pequeños, chupar sus pezones. Ella se retorcía y casi gritaba. Sus orgasmos eran muy escandalosos. Conseguí que se corriera cuatro veces, una tras otra. Aquello causó la excitación total de mi pene. Bajó de la mesa y de rodillas metió la polla en su boca, agarrándome el culo con sus dos manos. Así me la follé, notando como entraba el miembro por completo, saliendo y entrando. Ella no sentía ningún reparo y gemía. El chorro de semen no podía ser muy grande después de todas las corridas de la tarde, pero sentí como salía dentro de su boca..... un orgasmo lento y algo doloroso por la sensibilidad del pene. Fuimos al baño y nos duchamos. Su cuerpo era casi el de una niña, pero me demostró que había cumplido los 18 seis meses antes. Eso me tranquilizó. También me comentó que una de sus compañeras tuvo una aventura similar a la nuestra en los probadores de la tienda y quería conocerme. Quedamos en vernos durante la semana. Se vistió apresuradamente y salió del apartamento.
La tarde había sido productiva en exceso y estaba rendido, sorprendido por la experiencia y con deseos de repetirla.

La masajista y mi ansiedad - IV

La masajista y mi ansiedad - IV Aquella tarde de calor María no estaba en casa. Su madre me recibió con la noticia de la salida urgente de María a un hospital. Su sobrina fue ingresada para una operación de apendicitis, por lo tanto se retrasaría una hora más o menos. “No me importa esperar, tengo toda la tarde libre”, dije. Estaba sudoroso por el calor de la tarde. “¿Le importa que me duche mientras regresa María?”, pregunté. Lucía, así se llamaba la madre, asintió y me acompañó al salón de María. Charlamos un momento sobre el acierto de María al decidirse montar la consulta en casa. Pasé al baño y comencé a desnudarme. Ella seguía hablando en el salón, colocando toallas y otros utensilios de trabajo. Cuando terminó miró hacia mí. Estaba desnudo, listo para entrar en la ducha, pero decidí regresar al salón a por una toalla. La situación me agradaba por lo insólita e imprevista. Ella no sabía que hacer, desconcertada pero sin decidirse a salir de la estancia.

Mientras me duchaba Lucía no dejó de observar apoyada en la puerta del baño. Podía ver su figura a través de la mampara de la ducha. La situación era chocante, algo que jamás se me ocurriría pudiera suceder. Si en esos momentos hubiera llegado María su sorpresa y desconcierto no podía imaginarla. Para ella todo su afán era ocultar a su madre nuestra extraña relación, mostrarla como una creciente amistad entre masajista y cliente.
Salí de la ducha. Lucía me acercó una toalla. Sus ojos recorrían mi cuerpo con una expresión de complacencia y deseo, pero sin dejar de mirar su reloj de pulsera inquieta por la hora. Su hija debería de llegar en media hora más o menos. Mientras arreglaba mi cabello ante el espejo lucía secó mi espalda. Sus manos acariciaron mis hombros..... siguió bajando por la espalda hasta los glúteos y las piernas. Me di la vuelta y mi sexo quedó frente a su cara. Desconcertada se arrodilló. “¿Quieres comértela?”, pregunté. Lucía miraba mi sexo sin decidirse. Acerqué su cabeza y sus labios rozaron el pene. Entreabrió su boca y el miembro entró ante su desconcierto. Percibía que nunca antes había hecho algo así, se dejaba llevar. Ante la creciente erección de la polla dentro de su boca, los ojos de Lucía reflejaban sorpresa. Carecía de experiencia en el arte de la felación. No quería correrme, deseaba reservarme para María. Saqué mi polla y Lucía miró mi erección. No hablaba, su sorpresa por la situación era manifiesta. Empecé a comprender su forma de actuar, la de una mujer cuya soledad se vio sorprendida por el trabajo de su hija. Demasiados años viuda para una mujer atractiva y necesitada de afecto, caricias y deseo. Nuestras conversaciones eran agradables y se expresaba de forma culta. Imaginé lo que me contó algún tiempo después, el suyo fue un matrimonio convencional, de apariencias, donde el amor brillaba por su ausencia.
Salió del baño. Cubriéndome con la toalla fui tras ella. En su dormitorio observé como se desnudaba deprisa. Tenía un cuerpo precioso para su edad, apetecible y ardiendo en deseo. Pasó al baño contiguo, abrió la ducha y el agua comenzó a caer sobre su cuerpo. Lucía se masturbó delante de mí. Sentí deseos de follarla allí mismo, pero decidí salir. María estaba al llegar. Regresé a las habitaciones de María y lavé mi sexo. Tumbado en la camilla, pensando en la situación provocada por la madre, esperé el regreso de María.
Sentí llamar a la puerta. Era María. Habló con su madre durante un par de minutos y después entré en la sala de masaje. Estaba agobiada por la tardanza y se disculpaba insistentemente. Su sobrina estaba mejor y dentro de pocos días regresaría a su casa. No le sorprendió verme tumbado en la camilla. Comenzó a desnudarse y se duchó. Después acercándose al borde de la camilla nos besamos largamente. Acarició mi cuerpo masajeando el tórax y el abdomen, pasando totalmente de la espalda. Yo me mostraba pasivo. Pensaba en Lucía.
María estaba muy excitada y deseaba follar. Subió a la camilla y montó sobre mi sexo. Cabalgó pausadamente, despacio, acelerando el ritmo de vez en cuando. Mis manos agarraron sus pechos y ella jadeaba. Mi erección se mantenía y María quería saciarse. Llegó su primer orgasmo, fuerte y largo. No cesó de moverse hasta conseguir el segundo. Quise cambiar de postura, embestirla por detrás y correrme a placer. Bajamos de la camilla y María se inclinó sobre la alfombra poniendo su hermoso culo en alto, con una vagina abierta y totalmente lubricada. Penetré su sexo y con ritmo acelerado llegué al orgasmo. María saco mi pene y lo restregó por su clítoris....... gemía....consiguió su tercer orgasmo. Cayó rendida al suelo. Me miró sonriendo. Estaba satisfecha, llena........ y con una imagen preciosa de mujer entregada al disfrute, dispuesta a seguir si ese era mi deseo, dijo. Nos duchamos juntos. María no fue consciente de que la puerta de la sala se abrió. Lucía estaba observándonos en la ducha. A los pocos segundos desapareció cerrando la puerta sigilosamente. Lucía sospechaba lo nuestro, estaba seguro.
Nos despedimos aquel día sin quedar citados. Llamaría la próxima semana. Marché sin despedirme de Lucía. Imaginé que estaba turbada por todo lo sucedido.