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El encanto de Córdoba

El encanto de Córdoba Quedamos citados por internet. Al llegar a la ciudad llame a María por el móvil y nos encontramos en la cafetería situada frente al hotel. Ambos estábamos algo nerviosos, era nuestro primer encuentro, éramos dos desconocidos físicamente hablando. Sólo las fotos enviadas por la red nos permitían conocer algo de cada uno, pero su aspecto me agradó, su juventud era manifiesta, igual que su bonito rostro y su sonrisa. Rubia, ojos alegres que entristecían ante los problemas que le invadían a veces, pechos no muy grandes pero bonitos, un hermoso culo que marcaban sus pantalones vaqueros, de estatura media. Vestía muy juvenil y desenfadada. Nos besamos y comentó que le gustaba mi aspecto. Tomé un café, ella un refresco. Charlamos un rato sobre nuestros contactos en la red. Ella estaba decidida a que intimásemos durante ese fin de semana.
Entré en el hotel mientras María esperaba mi llamada en la cafetería. En recepción confirmé la reserva de habitación, me entregaron la llave, la 307. Subí y revisé que todo estuviera en orden. No había personal de servicio en los pasillos y la puerta pillaba cerca del ascensor. Era una estancia coqueta, con un buen baño y un gran ventanal que daba a la calle de la cafetería. Observé a María sentada en la mesa donde terminaba su refresco. Me desnudé, hacía calor y quería recibirla así. Mandé un mensaje por el móvil indicándole el número de habitación y la planta. María leyó el mensaje y salió de la cafetería. Cruzó la calle y entró en el hotel. A los pocos minutos sentí unos golpes ligeros en la puerta. Era María; su cara expresó sorpresa al encontrarme desnudo y rió mirándome: “¡¡Estás muy bien, pero que muy bien!!, no creí que un tío de tu edad estuviera tan bueno”. La diferencia de edad era grande, pero no fue obstáculo en nuestra amistad. Nos abrazamos en un largo y profundo beso mientras ella acariciaba mi espalda y mi culo. Comenzó a desnudarse y mostró sus bonitos pechos. Los metí en mi boca, chupando sus pezones con suavidad. Se retorcía de gusto y suspiraba profundamente. Desabroché sus pantalones y los bajé lentamente, descubriendo su vientre, su pelvis, sus piernas. Bajé el tanga y su vello me excitó. Lo besé. Se dio la vuelta y contemplé su culo, hermoso. Lo agarré y acaricié largamente, besando y mordiendo sus nalgas. Ella se mostraba divertidamente excitada. Me incorporé y entonces comenzó ella a revisar mi cuerpo. Era excitante ser acariciado, disfrutaba haciéndolo. Agarró mi pene y lo observo con curiosidad, después masajeó mis testículos, consiguiendo que la erección se acelerase. Besó mi polla y pasó su lengua por toda ella, lamiendo sin parar, metiendo los testículos en su boca. Era como una adoración, un culto al falo lo que realizaba la muchacha. Le fascinaban las pollas duras, dijo. Comenzó a masturbarme con su mano mientras su lengua lamía el capullo. Aquella reacción no la esperaba, pensé que no se mostraría tan decidida en nuestro primer encuentro, pero comprendí que María deseaba disfrutar a su manera, con total libertad, observando la reacción de un hombre maduro. Cuando estaba al borde del orgasmo metió la polla en su boca. Con sus movimientos imitaba que la estaba follando. Sacó el pene al sentir que el semen en su boca, el resto salpico su cuello.
Nos duchamos en un abrazo de mil posturas diferentes bajo el chorro de agua, en una excitación que nos envolvía en deseo mutuo, mordiéndonos los labios, hundiendo nuestras lenguas en las bocas, agarrando nuestros sexos, sintiendo los orgasmos de María ente al roce incesante de mis muslos en el clítoris, mordiendo sus excitados pezones, sus uñas sobre mi espalda y mis nalgas, oliendo su sexo mojado, lamiendo sus labios vaginales, mi polla entre sus manos, mis testículos y su lengua insaciable, nuestras miradas ardiendo en deseo como animales enloquecidos y en celo, el ruido del agua cayendo sobre nuestros cuerpos sentidos, el mundo inexistente a nuestro alrededor, el ardiente deseo de penetrarla, su voz susurrando “¡fóllame, fóllame...!!”, María tumbada en la amplia bañera, sus piernas abiertas, levantadas, llevando en sus manos mi polla hacia su vagina, el calor ardiente de su interior, sus gemidos y su movimiento, el sexo en puro éxtasis, el chorro de semen y su orgasmo al sentirlo, nuestros ojos penetrándose...... la unión consumada.
Recordamos nuestras conversaciones en el Messenger.... nuestros deseos compartidos, nuestras experiencias sexuales, nuestros desengaños, los abusos que ella sufrió por algunos indeseables y su pasión por sentirse deseada. Recostados en una de las camas charlamos un buen rato, ella quería más sexo y yo necesitaba recuperarme para poder saciarla. Mientras hablábamos María acariciaba mi cuerpo. Llegó un momento en que la erección comenzó a producirse de nuevo. Sabía como ponerme en condiciones y lo consiguió. Desde que la vi sentía deseos de tomarla por detrás, tener su hermoso culo a la vista. Se rió al oírme decirlo, la idea le gustó.
María miró el pene erecto satisfecha y adoptó la postura requerida para la penetración. Su fresca y juvenil vagina, su culo excitante, mi penetración suave, despacio, mis manos agarrando sus glúteos y nuestro acompasado movimiento, disfrutando al unísono mientras María gemía sin cesar, intentando alargar el momento para conseguir agotarla. Llegó su primer orgasmo con sus gemidos intensos y su grito final de hembra en celo. Mi polla mantuvo el ritmo intentando que llegara a un segundo orgasmo, agarrando sus pechos, acariciando su espalda, alcanzando su clítoris por debajo con mis dedos. El movimiento de su cuerpo, de su culo, me excitaba y pensé no poder aguantar más sin correrme, pero el éxtasis final lo conseguimos juntos, en un largo y profundo orgasmo, cayendo rendidos sobre el lecho. María me besó con pasión y lamió mi sexo fláccido ya y sensibilizado por tanto goce.
Así transcurrió nuestro primer fin de semana juntos, con la cuidad de Córdoba como telón de fondo, una ciudad de agradables recuerdos fortuitos y clandestinos de años pasados...... pero eso es otra historia.

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